Dicen que es un carrerón, de las más guapas de Canarias”. “Yo quiero ir, ¿vamos?” “Pues vamos”.
Poco más necesitamos para que dos compañeros nos hayamos puesto de acuerdo para emprender viaje hacia Gran Canaria desde La Palma, y participar así en la famosa carrera de MTB que organiza el Club La Cuevita, en la localidad de montaña de Artenara, que en esta ocasión celebraba su 7º edición, y que a la vez funcionó como Campeonato Insular de Gran Canaria.
Por desgracia, por otros compromisos, o por la inminente presencia de la Transvulcania, no hubo Bayanas en esta carrera. Saúl (del Club Ciclista Las Condesas) y Omar (del Club Ciclista Awara), fuimos los únicos palmeros que nos animamos (o pudimos) participar en esta carrera, a lo que hubo que sumar la compañía de Alberto Bonilla (de Bemekis), que se nos unió desde Tenerife como un representante palmero más. Eso sin contar al omnipresente James, que ya lo consideramos desde hace tiempo como “nuestro”.
El sábado al mediodía nos poníamos en marcha, y tras retrasos de vuelos por la climatología, turbulencias de consideración, enlace en Tenerife, alquiler de vehículo correspondiente, búsqueda de un lugar para almorzar que nos cogiera de camino (aunque por la hora casi fue merienda), y tirada hacia las cumbres de Gran Canaria, alcanzamos el lugar de la prueba: Artenara.
Un tiempo de perros, con llovizna insistente, y una niebla entre cumbres y barrancos que asemejaba la zona con Mordor, fue la tarjeta de bienvenida. Nos alojábamos en el Polideportivo de la localidad, que la organización dispuso para que una quincena de corredores nos distribuyéramos unas literas cuarteleras para dormir, y pudiéramos usar las duchas. La verdad que los apuros del viaje, algo que acostumbra a pasar a los que nos desplazamos desde La Palma, hicieron que el tiempo se nos echara encima. Para cuando terminamos de armar las bicis, la tarde ya estaba bastante avanzada, y entonces... ¡EL DILUVIO UNIVERSAL! Resultado, no pudimos salir a reconocer el circuito. Alberto, que al venir de Tenerife había llegado bastante más temprano, nos “chivó” algunos detalles que él sí pudo investigar. Total, que tras aprovisionarnos para la cena en el súper del pueblo, nos “encuevamos” en el polideportivo e hicimos vida y convivencia con el resto de compañeros que por allí andaban. La noche fue fría, y no paró de llover con fuerza, como demostraba el elevado estruendo de la caída del agua sobre las planchas del recinto.
Pero ya estaban todas las cartas echadas. A la mañana siguiente, con un sol radiante, recogida de dorsales, bocata en el bar, y, rápidamente, a dar pedales para calentar. 130 corredores se dieron cita, con un ambientazo excepcional (se nota que en Gran Canaria el mountain bike tiene un gran tirón). Y Saúl y yo íbamos a vivir la experiencia a ciegas, sin saber donde nos íbamos a meter. Salida neutralizada por piche, picando hacia arriba, y ya salen los “caballos”. Un primer repecho, pero corto, empezaba a poner a cada uno en su sitio, para que inmediatamente la carrera se introdujera en los senderos de ascenso a la parte alta del recorrido. Y unos escalones, con una tubería atravesada marcaban el inicio. La Semana Santa quedó atrás, pero allí todavía quedaba vivir una “procesión” más. El efecto embudo y la dificultad añadida de que estaba todo embarradísimo por las copiosas lluvias hizo que TODOS se echaran las bicis a la chepa y empezara el discurrir por los senderos de esta forma, al menos en unos 100-200 metros. Fue la última vez que vi a Saúl, que iría en el puesto 25 aprox. Cuando el camino se hizo ciclable, comenzó la carrera de verdad. Una serie de pistas bastante mojadas, cuesta arriba, empezaron a marcar las diferencias. Los “buenos”, como siempre, marcaron un ritmo endiablado, y en los grupos que venían por detrás, Saúl ya empezaba a demostrar su fuerza y excepcional estado de forma, con un gran ascenso. Un poco más atrás, con los “otros buenos”, los de segunda fila, venía yo, haciendo una buena subida. Y se llegó al punto alto, en la zona de Cuevas del Caballero, con todos los corredores ya desperdigados, para empezar un descenso técnico de veras. Los senderos de bajada tenían piedras, bastante pendiente, curvas cerradísimas, alguna rama y... un barro que añadió espectacularidad a la carrera. Los buenos bajadores, entre ellos Saúl, empezaron a marcar diferencias, o a recortar lo que se habían dejado en la subida. A mi me pasaron numerosos participantes, ya que las probabilidades de darse un partigazo serio eran más que patentes. En muchos puntos se tenía que poner el pie en el suelo, salvo que fueras experto en Downhill (que no es mi caso), así que preferí no arriesgar. En otros, ni el más pintado pasó montado. Este aperitivo demuestra ya porque esta carrera es tan apreciada por los bikers: es puro Mountain Bike. Se regresaba al pueblo y, una vez cruzada la carretera, se proseguía bajando por senderos, esta vez más descubiertos y rápidos, con la mezcla de alguna pista rápida. Pero la dificultad siempre acechaba. Corredores de primera línea como Maceira (Perenquén) o Joaquín David (Bemekis) sufrían caídas de cierta seriedad. Se volvía a entrar en el bosque, con zonas de subida y bajada, tanto por pistas como senderos. Los que bajaban bien lo daban todo, y no había escalón o viraje que se les resistiera; los corredores de otro corte, no tan “valientes” aprovechaban a recuperar el terreno perdido en cuanto el camino se hacía de ascensión.
Sin haber llegado siquiera al ecuador de la carrera, otro sendero, tan o más técnico que el anterior, se introducía en la Montaña de los Brezos, hacia La Renta. De nuevo, los bajadores volvían a coger ventaja, en otro largo descenso de gran exigencia física y mental. Los más habilidosos fueron pasando a las primeras posiciones, pero hasta a éstos el cansancio les hacía mella. La llegada de un tramo de asfalto tras esta última zona de senderos sirvió para testar fuerzas. Muchos de los que disfrutaron con las largas y técnicas bajadas empezaron a sufrir cuando primero el asfalto, y después las pistas de tierra se hicieron cuesta arriba. Saúl, desde adelantadas posiciones, y tras buenas bajadas, se vaciaba mientras se batía el cobre con algunos de los corredores delanteros. Mientras, yo por detrás empezaba a recortar puestos de gente que ya para arriba no pudo aguantar el ritmo de carrera. Y mis piernas parecían ir. Alberto fue mi acompañante en los primeros compases de esta ascensión, hasta que impuso su clase ciclista y un mejor ritmo de carrera que el mío, lo que le permitió arañarme un par de minutos. Pudo ser aproximadamente una treintena de ciclistas los que fui cogiendo y dejando atrás. Sául, no obstante, hacía un esfuerzo en esta larga parte final no para coger, sino para certificar que nadie lo iba a pillar, que su carrera estaba saliendo redonda. Los últimos kilómetros discurrían por la carretera que se dirigía de nuevo a Artenara, con un asfalto en perfecto estado, y terreno ideal para rodar con fuerza y culminar la carrera sellando las expectativas que a lo largo de la misma habían ido poniendo a cada uno en su sitio de cara a la clasificación final. Pero aún restaba una sorpresa más. La llegada a meta tenían en sus metros finales una cuesta tan empinada que era como para caerse para atrás de la pendiente que presentaba. En ella, Saúl se deshizo por ritmo y fuerza de sus últimos rivales, mientras que yo tuve que esprintar con otro participante en unas rampas que no estaban para ello.
En definitiva, una carrera preciosa, variada, exigente (James “sólo” le saco tres min. y pico al 2º) y fructífera para las expectativas puestas en ella. En primer lugar, ninguno de los dos nos caímos (al menos de forma seria, porque yo sí que tuve que saltar de la bici en un par de ocasiones, pero como un gato, cayendo de pie, jeje). En segundo lugar, los inconvenientes técnicos no aparecieron, y pesar del alto estrés sometido a las “máquinas”, éstas aguantaron como jabatas. Y por fin, las clasificaciones:
Saúl terminó, en una de sus mejores carreras, 8º de la categoría Master-30 (ahí es nada), y 17º de la general, con un tiempo de 2:17:03. Por otro lado, tras mi remontada del final, pude obtener una honradísima plaza nº 18 en Master-30 (y 39º de la general), con un tiempo de 2:31:13. Alberto (2:28:27) fue el 34º de la general y el 9º de los Élites.
Para la organización, un 10. Todo estaba perfectamente señalizado, los voluntarios te ayudaban en todo lo que estaba en su mano, y la comida posterior fue de lujo: un super plato de ensalada de pasta con pan, fruta, bebidas variadas, y un paquete de Donetes de postre por cabeza. Atrás quedarán los buenos amigos que vamos conociendo carrera tras carrera, y las sensaciones positivas de que este deporte es una pasada, aunque para participar en las carreras haya que hacerse experto en viajes, al menos los que tenemos origen en nuestra isla. Sin duda, para repetir.
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